En contra de lo que muchos piensan, la depresión no es una enfermedad exclusiva de los adultos. La depresión infantil también existe, incluso entre los más pequeños (menores de 6 años). Alrededor del 5% de los niños padecen depresión, y sobre el 20% de éstas se vuelven crónicas. Hay que saber reconocer la depresión en los niños y saber qué ayuda se les debe prestar.
CONOZCAMOS LA DEPRESIÓN INFANTIL
Los síntomas más comunes que nos hacen sospechar una posible depresión en niños son los siguientes:
– Terrores nocturnos persistentes
– Anhedonia, que es la incapacidad de disfrutar de las cosas que le gustan
– Irritabilidad y/o agresividad inadecuada
– Autoculpabilización excesiva
– Pérdida de apetito
– Dificultad para conciliar el sueño
Todas las investigaciones están demostrando que, la mayor parte de las enfermedades mentales crónicas, comienzan a gestarse durante la infancia de las personas. Cuanto antes comiencen a gestarse, más “culpa” podemos echar a la genética del niño.
Pero no todo es achacable a la genética. En los niños también se producen depresiones exógenas, como en los adultos; son depresiones causadas por un factor externo, como puede ser la muerte de un ser querido o la separación de los padres, por nombrar algunas.
CÓMO IDENTIFICAMOS QUE LO QUE LE PASA ES DEPRESIÓN
Lo primero que debemos tener claro es que los niños también tienen derecho a estar tristes y a manifestarlo llorando. El hecho de que un niño llore por momentos y reclame a su abuelo que hace una semana que ha muerto, no quiere significar que tenga depresión, si al rato está normal y jugando como siempre.
El factor temporal es, por lo tanto, el factor que más diferencia entre un niño deprimido y un niño triste.
Los expertos señalan, que para encontrar si realmente un niño tiene depresión y, por lo tanto, necesita de ayuda especializada, es observando las conductas más primarias y elementales del niño:
– El sueño: puede ocurrir que no duerma o lo haga mal, o por el contrario, esté mucho tiempo adormilado.
– La alimentación: come menos y no tiene apetito, o está comiendo demás.
– Control de esfínteres: si ya estaban controlados, y retrocedemos a etapas previas, también puede ser un síntoma.
– El juego: es la conducta por excelencia de los peques, si este se ha vuelto inexistente o es extraño, o pierde el interés por los juegos que le gustaban, también puede indicarlo.
– Otros síntomas pueden ser: se aburre y cansa con facilidad, se aísla y se comunica poco, baja autoestima, elige finales tristes para sus cuentos y juegos, se puede quejar mucho de dolores de cabeza y de estómago, está continuamente triste y puede llorar con facilidad.
– En los más pequeños, pueden observarse la apatía, el aumento de las rabietas, la agresividad…
CÓMO PODEMOS AYUDARLO
Si sospechamos que realmente nuestro hijo/a puede estar deprimido, lo más sensato es siempre buscar ayuda profesional para que le de el tratamiento adecuado, bien a través de su pediatra o bien llevándole a un psicólogo infantil. El diagnóstico y el tratamiento precoz son indicadores de un alto éxito en la resolución de estas patologías.
¿Qué otras pautas son adecuadas ante la sospecha?
– No ignoremos los síntomas de una depresión. Sí, es tu hijo, sí es pequeño, pero la depresión también puede afectarle. Pregúntale sobre lo que siente, déjale acabar los cuentos o pregúntale qué final le pondría, observa sus dibujos, su juego, su actitud diaria, habla con su profesor…
– Establece y o mantén rutinas diarias. El niño necesita estar seguro y seguir unas pautas, como nosotros. Así sabrá lo que le espera en cada momento y cada día, evitando la incertidumbre en la medida de lo posible.
– Acepta que es una enfermedad, no es algo simulado, y que como tal puede tratarse y puede tener una solución. No hay que juzgarle por ello ni culparle. Razonar será una tarea imposible, ya que las emociones se encuentras afectadas por la enfermedad.
– Debemos procurarle contacto social, contacto con el entorno. No se debe aislar o cuanto menos mejor. Preparad excursiones, reuniones con amigos, etc.
– Hay que estar atentos a sus síntomas, a su juego, a su conversación, a cualquier cosa que nos haga ver que la depresión puede estar ahí.
– Dale la oportunidad de expresar lo que siente y lo que piensa. Pregúntale, pero sin agobiar. Que haya posibilidad de hablar en familia es importante.
– Si sospechamos, habrá que buscar ayuda de un especialista.
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Foto de Jaime Andrés Salazar vía Flickr Licencia CC