A las personas nos resulta muy útil poner etiquetas a las cosas y a los seres humanos, ya que, por un lado nos ayuda a comunicarnos entre nosotros utilizando un lenguaje común y por otro nos ayuda hacer predicciones del comportamiento de los demás. Así, si decimos que alguien agresivo, todos entendemos que tiende a utilizar violencia, que es propenso a faltar al respeto o a ofender a los demás y esto nos puede ayudar a evitar problemas con esa persona ya que modificamos nuestro comportamiento hacia ella.
Todas estas ventajas han hecho que la mayoría de nosotros seamos muy propensos a etiquetar a las cosas, a los hechos,a los animales, pero también a otros seres humanos ya sea de forma individual o en grupos sociales o etnias.
Pero esto también tiene otras consecuencias negativas, sobre todo si hablamos de mentes que se están formando y son totalmente receptivas sobre todo a lo que les transmiten sus modelos de referencia (padres, profesores,…)
¿Es bueno etiquetar a los niños?
En este artículo hablamos de...
Las etiquetas negativas
Es habitual que los padres y los profesores al comprobar que los niños se comportan a menudo de una manera determinada les coloquemos una etiqueta «Es tímido, es despistado, es vago,…» Aunque muchas veces nuestra intención es propiciar un cambio, lejos de ayudar al niño, propiciamos que estos comportamientos se vuelvan a repetir. Es la profecía que se cumple por sí misma o el efecto Pygmalión, ampliamente estudiado en psicología.
Ya en 1968 Rosenthal y Jacobson publicaron un experimento realizado en una escuela de primaria, donde a los maestros se les dijo que los niños de una lista habían sacado unos resultados en un test de inteligencia que indicaban que sacarían unos buenos rendimientos académicos durante el curso; aunque realmente los niños habían sido elegidos al azar. Lo interesante de esto es que, pasados ocho meses, los niños de esta lista habían mejorado sus resultados reales en los test de inteligencia, en mayor medida que el resto de los alumnos de la clase.
Con esto podemos ver, que las expectativas que tenemos de los niños, cambian nuestro comportamiento hacia ellos y con ello, la propia conducta de los pequeños.
Las etiquetas positivas
Si esto es así, solo tenemos que cambiar las etiquetas y poner en su lugar unas positivas y ¡todo resuelto! o…¿quizás no?
Pues, como no podía ser de otra manera, no es todo tan sencillo. Y aunque hay etiquetas que son positivas, hay otras que no lo son realmente tanto, como parecen.
Un experimento psicológico de Claudia Mueller y Carol Deck lo pone en evidencia. En él se mandó a unos niños hacer una prueba y se les dividió aleatoriamente en tres grupos y a todos se les dijo que habían tenido muy buen resultado, pero a un grupo no se le dijo nada más, a otro se les dijo que era porque eran muy inteligentes y a otro que los resultados se debían a su esfuerzo. Luego se les mandaron hacer más pruebas y se les dejo elegir entre la más fácil o difícil, se les preguntó por el disfrute de la tarea y si la querían terminar en casa. Los niños elogiados por su inteligencia eligieron las tareas más fáciles, disfrutaron menos y no se quisieron llevar la tarea a casa y tuvieron los peores resultados en las tareas sencillas. En cambio los elogiados por su esfuerzo, eligieron las tareas más difíciles, disfrutaron más, quisieron llevarse más la tarea a casa y fallaron menos en la tarea sencilla.
Los niños etiquetados como inteligentes se confiaron en la tarea fácil y por eso cometieron más errores, no se quisieron arriesgar en la difícil «porque dejarían de ser inteligentes» y disfrutaron menos porque tenían más presión.
Entonces ¿qué hacemos?
Es importante utilizar el «eres…» para todos los hechos positivos que de verdad son inmutables «Eres importante para mí, eres lo que más quiero,..» pero no usarlo para sucesos que realmente se pueden cambiar y empezar a decir «te estás comportando de manera perezosa, agresiva,…» y no «eres un vago, un trasto…».
Para concluir, señalar que en el comportamiento de los niños influye las expectativas de los padres y las atribuciones que hagamos de la causa de sus conductas. Por lo que si nuestras atribuciones se refieren a cosas que el niño pueda controlar como su esfuerzo o su conducta es más fácil que ésta se modifique, que si las causas las ponemos en hechos fuera de su control como la suerte o la inteligencia.