En estos tiempos, cuando la cifra de desempleo de nuestro país roza los cinco millones, el hecho de que una persona de la edad, sexo o posición económica y social que sea se encuentre en paro ya no es, ni mucho menos, motivo de vergüenza o rechazo. Que uno de los padres o hermanos no tenga trabajo se ha convertido en algo cotidiano y absolutamente normal que afecta tanto a un electricista como a un cirujano, a una empleada de hogar o a una ingeniera.
Foto de michale vía Flickr
Los niños de hoy han aprendido a crecer con la palabra “crisis” y con la palabra “paro”, y a la hora de hablar sobre sus familias (por ejemplo cuando estamos estudiando la sociedad, la profesiones y los sectores en conocimiento del medio) no tienen ningún reparo en decir: “mi padre está en el paro o mi madre está en el paro”, es más, les parece normal. En mi clase prácticamente todos los niños tienen algún familiar cercano en paro.
Observo con verdadera curiosidad en mis alumnos de 9 años la cara de alegría que ponen al ver que Papá viene a buscarles al colegio, cosa que antes nunca sucedía cuando Papá trabajaba.
Observo en sus deberes que hay alguien en casa que les está ayudando, ahora tienen tiempo (desgraciadamente) para estar con sus hijos por las tardes y ayudarles con los deberes. Muchos padres han decidido emplear su tiempo en ampliar conocimientos por ejemplo de Inglés (Papá y yo estamos aprendiendo los verbos irregulares juntos) y eso le hace mucha ilusión a los niños y así me lo cuentan cada día…
Observo que María ha traído galletas que su madre hizo con ella ayer por la tarde.
Observo que muchos niños ya no vienen malitos a clase porque papá o mamá están en casa para cuidar de ellos cuando están enfermitos (da tanta penita tener que llevarles al colegio con malestar o a veces con fiebre por no tener a nadie que los cuide cuando hay que ir al trabajo…)
La semana pasada, el padre de Adriana, que es arquitecto y está en paro, vino al cole para ayudarnos a construir una maqueta en la clase de plástica. Ella estaba feliz.
Daniel ya no trae bolsas de patatas fritas para el recreo, su madre le prepara un bocadillo de pan recién hecho con mortadela, que es su favorito.
También el problema del gasto en comedor escolar se evita al estar uno de los padres y si la cercanía lo permite pueden comer juntos cada día en casa, hasta que cambie la situación. Eso también les hace felices. ¡Profe, este mes voy a comer en casa con Mamá! ¡Y vamos a cocinar juntas!
La impotencia de las personas afectadas por los despidos es muy grande, así como la frustración y la rabia, que a veces cambian el carácter de las personas, pero los niños no entienden esto. Ellos, aunque conscientes de que su vida ha cambiado y ahora no hay dinero para muchas cosas de las que antes disfrutaban, se sienten inconscientemente felices porque sí hay algo que ahora tienen y antes no tenían. A sus padres, más cerca.
Aunque lo que cuento parezca injusto y paradójico es posible sacar algo bueno de las situaciones desesperadas, participar más en la vida cotidiana de los hijos. Es bueno explicarles que la situación es común a muchas familias de sus compañeros y que es una coyuntura pasajera, procurando no mostrarles la cara más amarga de la desgracia, si no dedicándoles momentos que antes no podíamos no soñar con compartir con ellos.
El efecto se deja ver muy pronto en sus vidas. Ya sé que no es ni mucho menos la situación ideal de las relaciones familiares, ni es lo normal, pero ya que hay que enfrentarse a ello, la sonrisa de un niño es el mejor estímulo.
Una Respuesta a “El desempleo familiar también afecta a los niños”
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