No sería la primera vez que nos sorprende, quizás ya desde la educación infantil, que al recoger a nuestros hijos del colegio y a la pregunta de ¿qué tal se ha portado hoy?, la maestra nos responda: fenomenal y al dar la vuelta a la esquina nuestro angelito se convierta en un pequeño demonio.
Lo mismo sucede con la comida, cuando en el informe de los cuidadores del comedor aparece un “se ha comido todas las judías verdes” y esa misma noche para cenar intentamos comprobarlo sin ningún éxito. También es muy común que los profesores nos llamen a tutoría para explicarnos que nuestro hijo ha pegado a uno más pequeño y nosotros, con cara de sorpresa respondamos al profesor…pero si mi hijo nunca….
En este artículo hablamos de...
Lobitos con piel de cordero
En mi experiencia como maestra de educación primaria y a la vez como madre, compruebo día a día que el comportamiento de los niños varía de manera notable entre el colegio y la familia.
Como anécdota puedo contar cómo, en una ocasión, bajando con mi clase de 4º de primaria por la escalera del colegio el escándalo era tremendo y simplemente con cruzar los brazos y mirar seriamente a mis veintidós alumnos, se callaron al instante sin la necesidad de un solo grito de ¡sileeeeencio! Una madre, que contemplaba la escena desde la secretaría se acercó y me dijo: ¡cómo lo has hecho! Ojalá yo pudiera hacer esto en mi casa, con mis hijos…y mi respuesta fue: no te preocupes, a mí en mi casa, tampoco me funciona.
Soy capaz de controlar a veintidós niños con una mirada y sin embargo, me cuesta hacer lo mismo con mis dos hijos de su misma edad.
Claves para establecer las diferencias
En realidad hay varias razones para entender este comportamiento diverso, en primer lugar está el factor colectivo, si el gran grupo realiza una acción común, el niño como individuo también la acepta, para ser así aprobado por el grupo.
También entra en juego el factor sistema, la rutina diaria, en el colegio ahora comemos, ahora escribimos, después jugamos, no hay para elegir, es así y todos lo hacemos con normalidad entendiendo que es nuestro espacio.
Por otra parte la relación del profesor con el alumno tiene una menor implicación afectiva personal, cada uno es uno más del grupo, no hay sitio para el chantaje emocional que sí es posible con sus padres, muchas veces producto de las llamadas de atención que demandan en casa y a las que cedemos porque en las condiciones de vida actuales la falta de tiempo para estar con ellos, nos hace sentirnos algo culpables.
Estas son algunas de las razones que explican las diferencias de comportamiento, que a veces se producen de la manera contraria siendo más difícil el rendimiento en el colegio que en casa, por eso es en la escuela donde el niño demanda la atención y ahí entra nuestra labor pedagógica.
Seguro que este alumno tiene algo muy positivo que hay que potenciarle, alguna responsabilidad, un encargo, ser jefe de la fila por una semana…y así conseguir que se sienta aceptado, uno más del grupo y por lo tanto mantener una actitud regular tanto en casa como en el colegio.
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No hay que olvidar que la influencia que ejercemos los profesores en los niños es muy importante, cuántas veces aconsejamos sobre cómo ayudarles con los deberes, consejos y técnicas para el aprendizaje, cómo hacer que disfruten de una lectura, cómo resolver los conflictos con otros compañeros…, de la misma manera que nosotros, los maestros, utilizamos las agendas escolares o los cuadernos de comunicaciones para informar a los padres de las cosas buenas y malas que hacen sus hijos esperando por su parte colaboración y complicidad para que el proceso maestro-familia-alumno resulte efectivo.
Una vez, una madre desesperada porque su hijo tardaba horas en hacer los deberes me pidió consejo. Le propuse que fuera con el niño de compras, a comprar un despertador pequeñito, con sus colores o dibujos favoritos y que le enseñara a utilizarlo para desafiarle a terminar el trabajo antes de que sonara la alarma con la duración que entre ellos pactaran. El reto le motivó tanto al niño que pasados unos días ya no necesitó el despertador, se había acostumbrado a medir los tiempos.
Los niños, reaccionan de diferente manera ante los estímulos que vienen de un lugar u otro, de una persona u otra, del colegio, de los padres, de los monitores deportivos… a veces a los padres no les /nos cuentan las cosas, tiene sus secretos.
En mi clase de inglés (pertenezco a un colegio bilingüe) los niños se comunican en éste idioma porque saben que es así cómo han de hacerlo, es su código, mientras que en casa no suelen querer demostrarlo. Delante de una visita en casa le pedimos que diga algo en inglés y al niño, generalmente, no le da la gana y nos hacer quedar fatal. También hay estrategias para eso.
Por esta razón es importante plantear dudas y ofrecer ideas. En este caso, los que con toda dedicación hacemos de la enseñanza una manera de vida podemos ayudar a progresar a esos lobitos con piel de cordero que crecen, cambian, aprenden a superarse o a fracasar y de alguna manera nos desconciertan a todos.
Victoria Santos
Pregunta a la maestra
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