El mutismo selectivo es un trastorno en el que la persona que lo padece puede hablar perfectamente con personas familiares y cuando se sienten seguros pero no así en otros entornos. En la mayoría de las ocasiones está asociado a la ansiedad social y debe ser tratado por profesionales para evitar que convierta en otras patologías en un futuro.
El tratamiento de este trastorno siempre debe incluir de forma conjunta a la escuela y a la familia, trabajando sobre dos objetivos principales: la mejora de aspectos personales, familiares y sociales del niño y el tratamiento específico para estimular el habla. En un próximo artículo se tratará que pueden hacer los padres para ayudar al niño, centrándonos aquí en la intervención profesional.
Para que el trabajo del aula sea efectivo, el maestro debe fomentar que su relación con el niño sea positiva, aumentando su confianza y seguridad.
Fomentar el trabajo en grupo y por parejas y aumentar poco a poco las responsabilidades del niño (hacer recados, borrar la pizarra,…).
Debe evitar la sobreprotección y seguir una secuencia programada de exposición progresiva del niño a nuevas interacciones verbales para no estancarse y conformarse con un objetivo ya conseguido.
Hay distintas formas de intervenir pero todas ellas incluyen la exposición gradual, o sea, ir enfrentando al niño a situaciones donde tenga que expresarse pero poco a poco, empezando por las más sencillas y no pasando a otras más complejas hasta que tenga superadas las primeras.
Un ejemplo de exposición gradual sería el siguiente:
Si el niño no utiliza ni siquiera el lenguaje no verbal (expresiones faciales y gestos) en entornos distintos que el familiar, se puede comenzar a trabajar para que responda con un si o un no con la cabeza, con gestos o con la escritura (si ya la tiene). Una vez conseguido esto se podría pasar a que sea el propio niño el que tome la iniciativa expresando algo de manera gestual (señalando con el dedo, tocando a la persona, llevando algo escrito,…)
Otro nivel sería que emitiera cualquier sonido o palabras sueltas cuando alguien se dirija a él. Para luego a pasar a tener la iniciativa de la interacción verbal llamando la atención con sonidos o palabras. Poco a poco se iría aumentando la complejidad de las emisiones verbales. Y también se aumentaría de manera gradual el número de personas con las que el niño interacciona verbalmente.
Por otro lado, muchos programas de intervención incluyen a los padres como mediadores o facilitadores de la intervención verbal. Los padres pasan un tiempo (habitualmente antes de entrar o al salir del colegio) junto con el niño y sus maestros hablando con ellos para ir facilitando poco a poco la expresión oral del pequeño en este entorno.
Otro tipo de tratamiento es el que incluye la exposición gradual pero en la que el niño visiona un vídeo trucado donde se ve así mismo realizando intervenciones verbales cada vez más complejas. Esto se hace con niños de entre 3-6 años que todavía no distinguen muy bien entre ficción y realidad y grabando su voz en interacciones con su familia y primeros planos, para luego superponerlos a otras grabaciones que se hacen en clase (aunque en estas no hable). El resultado es que el niño se ve realizando conductas verbales cada vez más complejas, que luego se practican al natural. También en ocasiones, el vídeo se expone delante de sus compañeros de clase, siempre con el consentimiento del niño, para que sus compañeros cambien su percepción de lo que puede hacer.
Siempre se trabajan las competencias verbales del niño antes de exponerle a nuevas situaciones y todas las sesiones se empiezan y acaban con una fase ya superada.
Cuando el niño es competente en sus interacciones verbales en el aula, hay que trabajar para generalizarlo a otros entornos y personas, siempre con la colaboración imprescindible de la familia.
¿Tu hijo pequeño se esconde detrás de tus piernas cuando le habla un extraño? ¿No se acerca a jugar con otros niños? Si ese es el caso, te interesará este artículo en el que se dan algunas claves para afrontar la timidez de los niños pequeños.
Foto de tibchris vía Flickr
¿Se nace tímido o se hace?
Los últimos estudios científicos apuntan que la timidez tiene un origen genético. Concretamente la presencia de una determinada variante del gen 5- HTTLPR presdispone a mostrar determinanos comportamientos relacionados con la timidez.
Entonces, ¿si nacemos con esa variante del gen seremos inevitablemente tímidos? Rotundamente no. Los niños que de pequeños son retraídos pueden llegar a ser unos adultos abiertos y extrovertidos, ya que el aprendizaje social influye mucho y un papel muy importante para que esto llegue a ser así lo tenemos los padres, como veremos mas adelante.
¿Es malo ser tímido?
Todos somos tímidos en algún momento y es normal que el niño sea retraído con personas desconocidas o ambientes nuevos. Una medida dosis de desconfianza puede ser más sana que un niño que se va con el primero que pase.
Además, es normal que los niños pequeños tengan miedo a lo desconocido y necesitan de la figura de sus padres para sentirse seguros. Sólo a partir de los 5-6 años de edad es cuando algunas actitudes de timidez extrema pueden llegar a ser un problema.
Los padres, en ocasiones, al querer lo mejor para nuestros hijos, nos planteamos que nos gustaría que el niño fuera de determinada manera o que sería mejor para él relacionarse más. Pero ¿está bien no aceptarle como es? Lo primero que debemos reconocer los progenitores, es que la timidez en un grado razonable no es un problema y que comportamientos como los de jugar con pocos niños no son negativos, ya que incluso le pueden ayudar a crear relaciones especiales (capacidad que de adulto le permitirá tener amistades verdaderas).
Ahora bien, si el niño se encuentra aislado o muestra una ansiedad excesiva a la hora de relacionarse con los demás o al enfrentarse con situaciones nuevas, si que sería recomendable consultar con un profesional para que analice la situación y proponga unas pautas de actuación que le ayuden a sentirse mejor en las situaciones sociales.
¿Qué podemos hacer los padres?
En definitiva, a los niños pequeños no hay que forzarles a ser sociales, sino reconfortarlos con una sonrisa cuando se sientan inseguros y transmitirles confianza y aprecio. Lo importante es que se sientan queridos y seguros. ¿Estáis de acuerdo con esto? ¿Cuál es vuestra experiencia? ¿Vuestro hijo se esconde o no para de hablar con los demás?