Criar a tus hijos en Haití, el país más pobre del hemisferio Occidental, no era tarea fácil antes del terremoto que arrasó la capital, y aún menos ahora. Antes del fatídico 12 de Enero de 2010 el 78% de la población intentaba vivir a duras penas con menos de 2 dólares al día. Más de 1,8 millones de personas se encontraban en una situación de inseguridad alimentaria y el acceso a la sanidad era prácticamente inexistente.
Haití registra, antes y después del terremoto, una de las más altas tasas de mortalidad materna con 670 muertes por cada 100.000 nacidos vivos. Los pequeños por desgracia corrían y corren la misma suerte: 78 muertes por cada 1000 nacidos vivos. Las tasas de mortalidad neonatal, infantil y materna se encontraban entre las más altas de América Latina y el Caribe.
Las madres que sobrevivían al parto tampoco lo tenían fácil, debido a la malnutrición que padecían no podían amamantar a sus hijos. La lactancia se interrumpía antes de los 6 meses del bebé provocándole también desnutrición.
Sin nada que echarse a la boca e incapaces de hacerse cargo de sus hijos, muchos padres se veían obligados a dejar a sus pequeños en orfanatos. Y es que, estimaciones previas al terremoto, indican que 50.000 niños y niñas se encontraban en situación de abandono. Algunos de ellos tenían uno de sus padres, otros tenían padre y madre, y otros, en cambio, no tenían familia.
Otro camino por el que optaban los padres era entregar a sus hijos a otras familias más adineradas pensando que se les iba a ofrecer una vida más digna, pero la realidad era muy distinta. Estos niños se convertían en “restaveks” (esclavos) que en vez de recibir comida, educación y afecto lo único que recibían era duras jornadas de trabajo, abusos, violaciones, insultos y palizas. 300.000 niños y niñas eran objeto de estas redes de tráfico de menores antes del 12 de Enero de 2010. Con el terremoto, el número de restaveks ha ido en aumento y a peor. Con 800.000 niñas y niños viviendo en campamentos improvisados, donde sólo hay una letrina por cada 154 personas, y muchos más viviendo en asentamientos urbanos marginales, carentes de la protección de los servicios sociales y policiales, estos niños muchas veces son objeto de amenazas, abusos y maltratos.
Antes, las familias que abusaban de los pequeños eran familias medianamente acomodadas, pero ahora muchas de éstas viven en la más extrema pobreza y explotan a los niños hasta que caen de inanición. Al mismo tiempo, los padres biológicos, al no poder hacer frente a la economía familiar actual, “regalan” a sus hijos a cambio de comida. Muchos de estos niños son llevados a la República Dominicana donde se les obliga a trabajar en las plantaciones de caña de azúcar o en las redes de prostitución. Los que logran escapar de las garras de estos criminales se reclutan en las bandas callejeras de “chimères” en los alrededores de la capital, a cambio de comida y un lugar donde resguardarse.
Según cifras no oficiales el 75% de los niños y niñas de Puerto Príncipe se encuentran en situación de orfandad y abandono y en un país donde casi el 46% de la población tiene menos de 18 años, el terremoto creó una situación de emergencia sin precedentes para la infancia.
Infancia sin Fronteras, lleva operando en el país desde la catástrofe del 2010. Al principio, su cometido consistía en ofrecer ayudas de emergencia a toda la población damnificada: asistiendo a los enfermos, repartiendo kits de alimento y tiendas de campaña. A medida que transcurría los meses su labor fue concretándose en dar cobertura a la población más vulnerable, los niños, apoyando a pequeñas organizaciones haitianas que se ocupaban del cuidado de los huérfanos. “Buen Samaritano” es una de estas organizaciones comprometidas con la infancia que se dedica a acoger a niños que no tienen un lugar a dónde ir. La fundadora de esta organización, Madame Paul, empezó su recorrido en 1998, acogiendo a unos pocos niños en su propia casa. Tras el terremoto el número de huérfanos a su cargo aumentó a más de 100 y debido a las frágiles condiciones económicas en las que se encuentra el país, Madame Paul se vio incapacitada para cuidar, ella sola, de todos los niños del Buen Samaritano. Infancia sin Fronteras decidió apoyar a esta mujer y a su organización, ayudándola con el cuidado de los pequeños y acondicionando la casa donde se encuentran para que los niños y niñas del Buen Samaritano tengan un sitio donde estudiar, comer, jugar y dormir. Pero el trabajo no ha terminado, aún quedan muchas cosas por hacer en el Buen Samaritano y muchos más niños que necesitan un futuro mejor.
Si quieres ayudar a Madame Paul para que los niños y niñas del Buen Samaritano crezcan en un verdadero hogar apúntate a nuestro club Somossolidarios. Colabora por su futuro.
Para saber más acerca del Orfanato Buen Samaritano o sobre los proyectos que tiene Infancia sin Fronteras en el mundo visita nuestra web: www.infanciasinfronteras.org